Plomada

Una plomada es “un cordel con una piedra o un peso de metal atado en un extremo que utilizan los albañiles para controlar la perpendicularidad de las paredes.”[1] En la literatura cristiana la plomada simboliza la justicia de Dios.

En el segundo libro de Reyes encontramos al rey Manasés, un hombre que hizo lo malo ante los ojos de Dios, pero llegado el momento, sus obras, su falta de lealtad y obediencia serían juzgadas y castigadas. En el versículo 13 del capítulo 21 (RVR1960) dice el Señor: “Y extenderé sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab; y limpiaré a Jerusalén como se limpia un plato, que se friega y se vuelve boca abajo”.  Dios juzgó a Jerusalén por haber perdido de vista su punto de referencia, el cual es Dios.  Se habían vuelto infieles, se habían mezclado con otras culturas y rendido culto a dioses ajenos, no  volvieron su corazón a Dios.

 

Al igual que este pueblo, hemos sido llamados a andar en las obras que Dios preparó de antemano, a conducirnos en rectitud de corazón. ¿Será que si Dios, como el constructor por excelencia que es, decidiera hoy pasar la plomada por nuestras vidas, nos encontraría rectos como columnas firmes de su Iglesia?  Muy probablemente  pensaríamos que nuestras vidas no son tan derechas, recordaríamos que se han desviado en muchos momentos.

Como hijos de Dios es importante que sigamos un estándar de vida, según Efesios 4:13 (RVR1960) “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.  De modo que ese estándar es Cristo, sin él estaríamos perdidos, pues la única manera de determinar si una decisión con su consecuente acción son correctas es midiéndolas con la plomada de Cristo.

Dios, como arquitecto por excelencia, nos dejó unos planos y unos lineamientos para que nos conduzcamos en esta construcción llamada mundo.  Su Palabra, que es perfecta, es nuestra guía; ella nos permite examinarnos y determinar si estamos conduciéndonos de la manera en que Dios quiere, si nuestro obrar demuestra que somos Sus hijos.  “Ciertamente, la Palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12 NVI).

El Señor nos insta a alejarnos del sistema de valores elaborado por este mundo, que es cambiante y rechaza los principios espirituales impartidos en Su Palabra.  No podemos ser como niños fluctuantes que son zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por cualquier doctrina (Ef. 4:14).  Nuestras vidas necesitan un fundamento Inmutable, Infalible, Eterno, Sabio y Santo, Cristo es ese fundamento.  “Según la gracia que Dios me ha dado, yo, como maestro constructor, eché los cimientos, y otro construye sobre ellos. Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Co. 3:11-12 NVI).

Si llegaremos a desviarnos, si nuestros valores y principios llegaren a inclinarse un poco, recordemos que siempre podemos ir a Jesús, para que a través de Su Palabra nos enderece, nos levante y nos ayude a seguir construyendo tesoros en el cielo. ¡Construyamos nuestras vidas de acuerdo con la plomada de Dios!

Mayra Quiñones Herrera.

Equipo Devocionales Diarios ICCCTG

15 comentarios en “Plomada”

  1. Pastor Carlos Osorio B.

    No cabe duda que el Señor nos ha dejado un estable y fortísimo fundamento, Jesucristo. Ayudame Señor a que lo que sobre verifique en ese fundamento esté a plomada según tus juicios.
    Gracias Mayra por esta reflexión

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